lunes, 23 de marzo de 2009

Robinson Crusoe

Parte 2
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Nunca los infortunios de un joven aventurero empezaron tan pronto, ni duraron tanto tiempo como los mios. Puesto que apenas nos hicimos a la mar, estallo una terrible tempestad. Y tras varios días de una espantosa navegación, tuvimos que abandonar el barco, que se hundió ante nuestros ojos.

Cuando llegué sano y salvo a Yarmouth, debí entonces de tener el sano juicio de regresar al hogar paterno. Pero una estupida verguenza me impidió hacerlo. Me fuí a Londres donde tuve la fortuna de conocer a un hombre sabio y honrado, capitán de navío, y a su esposa. En seguida nos hicimos excelentyes amigos.

El capitán acababa de regresar de Guinea, donde había vendido su pacotilla (una porcion de génerosy víveres que los marinos pueden llevar consigo en el barco libre de flete). Trasa el éxito de aquella empresa, había resuelto volver a aquellas tierras y me invitó a que embarcáse con él. Aquél viaje me convirtió a la vez en comerciante y marino.

Mi amigo el capìtán me instruyó en cuestiones de la mar y mi pacotilla me reportó algún dinero. Desgraciadamente este excelente hombre murió poco despues de nuestro regreso. Decidí entonces realizar un nuevo viaje, y tras confiar a la viuda de mi amigo parte de mi fortuna, me hice de nuevo a la mar.

Para desgracia mía, en el transcurso de este viaje, nuestra nave fué abordada por un corsario turco de Salé. De comerciante me vi convertido de pronto en esclavo. El capitán del baguel corsario, me retuvo como parte de su botín. Y permanecí dos años a su servicio, como criado en su casa.

Conseguí al fin, evadirme en una pqueña nave de vela, un día que salimos a pescar y despues de navegar casi tres semanas a la deriva, me recogió un navío portugués que se dirigia a Brasíl.

-¡Cuidad de cuanto pertenezca al señor inglés, y que nadie ponga su manaza sobre lo que es suyo...!-
Al sentirme liberado, agradecí infinítamente al capitán de aquél navío:
-¡Me habeís salvado la vida, cuanto me pertenezca ahora es vuestro...!-

-Señor, si os he salvado la vida, no es para despojaros de cuanto teneís. ¡Falta os hara en Brasíl, si no quereís morir de hambre y de miseria!. Sin embargo, hay algo entre vuestras pertenencias que me interesa: ese barquichuelo suyo parece excelente...!-

-¡Suyo es señor!-

¡Aquél hombre siempre te sorprendía al hablar! Me dió a cambio de mi barquichuelo un pagaré de ochenta piezas de oro, pagadero en Brasíl.

En Brasíl, me presentó a unos amigos suyos que explotaban una plantación de caña de azúcar y una azucarera. Deslumbrado por la vida fácil y la fortuna que amasaban los plantadores, me establecí con un tipo nacido en Lisboa de ascendencia inglesa llamado Wells.

Un día, el capitán vino a visitarme.
-Capitán, le presento a Wells, mi socio...
...podrá ver que nuestra plantación prospera y es cada día más extensa. ¡Y lo será mucho más si tuviésemos las herramientas precísas para llevar a cabo nuestros planes!-

-¡Puedeo resolverles el problema señor! Puesto que parto para Europa en breve. En Lisboa podría comprarle cuanto precise. Según me dijo, tiene usted algún dinero en Londres ¿Verdad?. Déme un poder y una carta para el depositario de su fortuna. Pero creame, yo en su lugar, solo invertiría la mitad de lo que tuviera. ¡Nunca se sabe lo que pudiera ocurrir!-

Escribí a la viuda de mi difunto amigo, el capitán inglés, contandole mis aventuras y la situación en la que me encontraba, y le rogué que me remitiese la mitad de mi dinero a Lisboa.

Aquella buena señora, cumplió al pie de la letra mis deseos, y meses después, con mi socio Wells recibimos el tan ansiosamente esperado cargamento. A partir de entonces, nuestros negocios prosperaron vertiginosamente, y debí darme por satisfecho de ser tan afortunado.

Pero un día, conversando con otros plantadores...
-¡Nos falla la mano de obra!-

-En África podríamos adquirir negros a buen precio, pero el gobierno monopoliza el tráfico, ¡Hay que hacerlo clandestínamente..!-

-¡Podríamos equipar entre todos un velero, con un viaje bastaría!-

-Robinsón, usted conoce las costas de Guinea. ¡Hagase cargo de la empresa y no tendrá que pagar nada por los negros que se quede! ¿Le parece bien la proposición?-

Y así, el primero de septiembre de 1659. Aniversario del día en que desobedeciéndo la autoridad paterna abandoné mi hogar, me embarque una vez más, abandonándo en manos de mis compañeros una empresa floreciente, para convertirme en aretesano de mi desgracia.

-¡Vea, señor Crusoe! Bordearémos la costa hacia el norte, hasta el cabo de San Agustín. Donde pondrémos rumbo al este, dejando a estribor la isla de Fernando de Noronhia, para enfilar desde alli las costas de Guinea...-

¡Hay de mí!... tras xdoce dias de navegación en mar abierto, se desencadenó una horrible tempestad producto de un huracán, tan terrible que nos hizo perder el rumbo. Y durante otros doce días navegamos a la deriva, en espera de hundirnos de un momento a otro.

Por añaduría, uno de nuestros hombres murió de fiebre amarilla y a dos mas, se los llevaron las olas. Al fin, calmó el temporal y el capitán se orientó lo mejor que pudo...

-Estamos aproximadamente a 11º latitud norte y 22º de lungitud oeste de cabo San Agustín, lo que nos sitúa cerca de la desembocadura del Orinoco, deberíamos regresar a la costa...-

-¡De ninguna manera capitán! Mire este mapa-

-¡El caribe!-

-¡Podríamos llegar en quince días!-

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta esta historia.

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