martes, 10 de marzo de 2009

Arena

Arena

Parte 4

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Siguió estudiando a la esfera. Esta había permanecido inmóvil durante el duelo mental que tan a punto había estado de ganar. Ahora rodó unos cuantos metros hacia un lado, hasta el matorral azul más próximo. Tres tentáculos surgieron de las ranuras y empezaron a explorar el arbusto

- De acuerdo - dijo Carson -, así que es la guerra. - Esbozó una irónica sonrisa -. Si he recibido bien tu contestación, la paz no te atrae. - Y como al fin y al cabo, era muy joven y no pudo resistir el impulso de ser dramático, añadió -: ¡A muerte!

Pero su voz, en aquel silencio total, sonó muy ridícula, incluso para él mismo. Entonces se le ocurrió que aquello era a muerte. No sólo su propia muerte o la del objeto esférico de color rojo con el que ahora identificaba al Intruso, sino la muerte de toda una raza, la de una o la del otro. El fin de la raza humana, si fracasaba.

Pensar esto le hizo sentirse repentinamente muy humilde y muy asustado. Más que pensarlo, saberlo. De algún modo, con una seguridad que incluso estaba por encima de la fe, sabía que la Entidad responsable de aquel duelo había dicho la verdad acerca de sus intenciones y sus poderes. No estaba bromeando.

El futuro de la humanidad dependía de él. Era una idea espantosa, y la alejó de su mente. Tenía que concentrarse en la situación inmediata. Tenía que existir un medio de atravesar la barrera; o matar a través de ella.

¿Mentalmente? Confiaba en que éste no fuera el único sistema, pues era evidente que la esfera tenía unos poderes telepáticos más fuertes que los primitivos y poco desarrollados de la raza humana. ¿O no era así?

Había conseguido borrar de su mente los pensamientos del Intruso. ¿Podría él borrar los suyos? Si su capacidad de proyección era más fuerte, ¿no era posible que su mecanismo receptor fuera más vulnerable?

Lo observó fijamente y trató de concentrar todos sus pensamientos en él.

«Muérete - pensó -. Vas a morir. Vas a morir. Vas a...»

Probó diversas variaciones y escenas mentales. El sudor humedeció su frente y se encontró temblando por la intensidad del esfuerzo. Pero el Intruso prosiguió su investigación del matorral, tan absolutamente impávido como si Carson estuviera recitando la tabla de multiplicar.
Así que aquello no servía.

El calor y su titánico esfuerzo para concentrarse le hicieron sentir muy débil y mareado. Se sentó en la arena azul para descansar un poco y concentrar toda su atención en observar y estudiar a la esfera. Era posible que, por medio de un detenido examen, pudiera juzgar su fuerza y detectar su debilidad, enterarse de cosas que tal vez le resultaran útiles si llegaban a combatir.

Estaba arrancando ramitas. Carson le observó atentamente, procurando descubrir si le costaba mucho hacerlo. Después, pensó, buscaría un arbusto parecido en su propio lado, arrancaría ramitas de igual grosor, y podría comparar la fuerza física de sus propios brazos y manos con aquellos tentáculos.

Las ramitas se quebraban con dificultad; vio que el Intruso tenía que luchar con cada una de ellas. Vio que los tentáculos se bifurcaban en dos dedos en el extremo, dedos rematados por una uña o garra. Estas no parecían especialmente largas ni peligrosas. No más que sus propias uñas, si se las dejaba crecer un poco.

No, en conjunto, no daba la impresión de ser demasiado robusto para vencerlo físicamente. A menos, desde luego, que aquel arbusto estuviera hecho de una materia muy fuerte. Carson miró a su alrededor y, sí, cerca de él había otro arbusto del mismo tipo.

Se acercó y arrancó una rama. Era quebradiza, fácil de romper. Naturalmente, el Intruso podía haber estado simulando deliberadamente, pero él no lo creía así.

Por otra parte, ¿en qué consistía su vulnerabilidad? ¿Cómo podría matarlo, si tenía la ocasión? Volvió a estudiarlo. La piel externa parecía muy resistente. Necesitaría un arma puntiaguda de alguna clase. Cogió otra vez la piedra. Debía medir unos treinta centímetros de longitud, era estrecha, y bastante afilada en un extremo. Si se astillara como el pedernal, podría convertirla en una utilísima navaja.

El Intruso seguía sus investigaciones en el matorral. Volvió a rodar, hasta el más cercano de otro tipo. Una pequeña lagartija azul de muchas patas, como la que Carson había visto en su lado de la barrera, salió rápidamente de debajo del arbusto.

El Intruso disparó uno de sus tentáculos y la atrapó. Apareció otro tentáculo y empezó a arrancar las patas de la lagartija con frialdad y calma, como si estuviera arrancando las ramas del arbusto. La criatura se debatía frenéticamente y emitía un agudo chillido, el primer sonido que Carson había oído allí aparte del de su propia voz.

...continuará

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