viernes, 22 de mayo de 2009

Arena

Parte 9
--------------------
Después, cuando hubo hecho el último nudo y no le quedó nada más que hacer; el calor, el agotamiento y el dolor de la pierna, así como la horrible sed, le parecieron súbitamente cien veces peores que antes.

Trató de levantarse para ver lo que hacía el Intruso en aquel momento, pero vio que no podía ponerse en pie. A la tercera tentativa, consiguió arrodillarse y volvió a caerse cuan largo era.

«Tengo que dormir - pensó -. Si tuviéramos que enfrentarnos ahora, yo no podría hacer nada. Si él lo supiera, podría acercarse y matarme tranquilamente. Tengo que recuperar fuerzas.»

Lentamente, laboriosamente, se alejó a rastras de la barrera. Diez metros, veinte...
El ruido sordo de algo que chocaba contra la arena no lejos de él le arrancó de un sueño confuso y horrible para enfrentarle con una realidad más confusa y horrible todavía, y abrió nuevamente los ojos al resplandor azul que reinaba sobre la arena azul.

¿Cuánto rato había dormido? ¿Un minuto? ¿Un día?

Otra piedra se estrelló cerca de él y le salpicó de arena. Puso las manos debajo del cuerpo y se incorporó. Volvió la cabeza y vio al Intruso a veinte metros de distancia, junto a la barrera. Se alejó apresuradamente cuando él se incorporó, sin detenerse hasta llegar lo más lejos que pudo.

Comprendió que se había quedado dormido demasiado pronto, cuando aún estaba dentro del radio de acción del Intruso. Al verle tendido e inmóvil, se había atrevido a acercarse a la barrera y dispararle. Afortunadamente, no se había dado cuenta de lo débil que estaba porque, de lo contrario, hubiera permanecido allí y seguido tirando piedras.

¿Había dormido mucho? No lo creía, pues se sentía igual que antes. Nada descansado, ni más sediento, ni diferente. Lo más probable es que sólo hiciera unos minutos que estaba allí.

Empezó a arrastrarse de nuevo, pero esta vez se obligó a continuar hasta alejarse lo más posible, hasta que la opaca e incolora pared de la concha exterior del ruedo no estuvo más que a un metro de él. Entonces, volvió a perder el mundo de vista.

Cuando se despertó, nada de lo que le rodeaba había cambiado, pero esta vez comprendió que había dormido largo rato. Lo primero que notó fue que tenía la boca seca y pastosa; además, su lengua debía de estar hinchada. Comprendió que algo iba mal, mientras recobraba lentamente la plena conciencia de las cosas. Se sentía menos cansado, el estado de máximo agotamiento había pasado. El sueño se había encargado de ello.

Pero experimentaba un gran dolor, un irresistible dolor. Hasta que trató de moverse no se dio cuenta de que estaba concentrado en su pierna.

Levantó la cabeza y la miró. Estaba horriblemente hinchada desde la rodilla hacia abajo y la hinchazón era visible hasta la mitad del muslo. Los zarcillos que había utilizado para atar la almohadilla de hojas protectora se le clavaba profundamente en la carne hinchada.

Meter el cuchillo por debajo de esa cuerda incrustada habría sido imposible. Afortunadamente, el último nudo estaba sobre la espinilla, delante, donde el zarcillo estaba menos hundido que en ninguna parte. Al final, tras un doloroso esfuerzo, consiguió desatar el nudo.

Una mirada bajo la almohadilla de hojas le reveló lo peor. Infección y envenenamiento de la sangre, ambas cosas muy avanzadas y en vías de empeorar. Y sin medicinas, sin vendas, sin agua, no podía hacer absolutamente nada para remediarlo.
Absolutamente nada, excepto morir, cuando la infección hubiera invadido todo su cuerpo. Entonces comprendió que todo era inútil, y que había perdido.

Y con él, la humanidad. Cuando él muriera en aquel lugar, en el universo que conocía, todos sus amigos, todo el mundo, también morirían. Y la Tierra y los planetas colonizados se convertirían en el hogar de los rojos, rodantes y extraños Intrusos. Criaturas salidas de una pesadilla, cosas sin ningún atributo humano, que descuartizaban lagartijas por mero placer.

Fue este pensamiento lo que le dio el valor de empezar a arrastrarse, casi ciegamente a causa del dolor, en dirección a la barrera. Ya no podía arrastrarse sobre las manos y las rodillas, sino únicamente con ayuda de los brazos y las manos.

Sólo existía una posibilidad entre un millón de que cuando llegara allí, le quedara la fuerza suficiente para lanzar su arpón una sola vez, y con efecto mortal, si - otra posibilidad en un millón - el Intruso se acercaba a la barrera. O si la barrera ya había desaparecido.

Le hizo el efecto de que transcurrían años antes de que pudiera llegar.
La barrera no había desaparecido. Era tan inexpugnable como la primera vez que la había tocado.

Y el Intruso no estaba junto a la barrera. Incorporándose sobre los codos, lo divisó al fondo de su parte del ruedo, trabajando en un armazón de madera que era un duplicado casi terminado de la catapulta que él había destruido.

Se movía con lentitud. Indudablemente, también se había debilitado. Pero Carson dudaba de que llegase a necesitar esta segunda catapulta. El se habría muerto antes de que estuviera terminada, pensó. Si lograra atraerle hasta la barrera, ahora, mientras aun vivía... agitó un brazo e intentó gritar, pero su garganta reseca no emitió ningún sonido.

O si pudiera atravesar la barrera...
La mente debió fallarle unos instantes, pues se encontró golpeando la barrera con los puños en un acceso de inútil rabia, y se detuvo en seguida.

No hay comentarios:

Protected by Copyscape Online Plagiarism Test

Lee también esto:

Related Posts with ThumbnailsLee más de MTI